Soy el obrero del silencio, el más allá del ser humano, la moneda que equilibra en tus manos el oro del César. Soy la inocencia del alba, el frágil huevo al fondo del nido; tan amplias como el infinito son las arrugas de mi viejo vestido. Más vendido que un esclavo y, más que pobre, abandonado. Soy el agua celeste que lava la sangre por ti derramada. Mis hermanos, los libros y los corderos, como yo, no tienen defensor. Yo protejo a los que claman con una coraza de ternura. Poco me importa que se me niegue: soy el oscuro insultado que siembra sudor de agonía en los surcos del futuro verano. Soy la nieve que prepara la lenta eclosión del grano; soy dos brazos abiertos, madero viviente, diámetro del dolor. A mi lado, la rosa eleva su inocente hermosura y el seco madero se humedece de savia. Bajo el negro árbol del Gólgota, la Magdalena reconoce al jardinero en las manos lastimadas del Dios que solloza.
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