Ya que a la luz, olímpica pintora, ocultas tu hermosura con recato, permite al trovador, rubia señora, que trace con la pluma tu retrato. Para juntar la celestial pureza de tu cuello, tus labios y tus ojos, es fuerza que en tributo a tu belleza me ponga, como Angélico, de hinojos. Así… sobre la cauda de tu traje en el silencio de tu azul retrete, deja que te contemple como el paje hincado en el pequeño taburete. Nadie nos ve ¡La claridad del día por densos cortinajes tamizada, menos alumbra, cenicienta y fría, que la divina luz de tu mirada. ¡Así... La vista hacia mis ojos tiende y en esta soledad, en esta calma, verás cómo tu imagen se desprende de los oscuros limbos de mi alma. No sé por qué tus hombros me parecen y de tu busto el atrevido corte; de esas mujeres cisnes que aparecen en los cuentos fantásticos del Norte. Sobre tu pecho, de la nieve afrenta, caen en desorden los azules lazos y el peinador de lino transparenta los mórbidos encantos de tus brazos. Azules son las cintas del prendido que con donaire ostentas en el pelo; porque el azul es tu color querido, ¡le llaman al azul, azul del cielo! Tu boca, la codicia de las flores, la juguetona del mohín travieso, es urna que formaron los amores para esconder en su interior el beso. Qué bella estás. De tu hermosura griega se adivinan los mágicos contornos cuando la brisa enamorada juega del blanco peinador con los adornos. Alzas gallarda la serena frente en que tu casto espíritu reflejas, y envías sonriendo dulcemente las artísticas curvas de tus cejas. ¡Te había soñado así. Nerviosa y alta diáfano el cutis, sonrosado apenas! con yo no sé qué luz que hierve y salta en las azules curvas de tus venas. Las sedosas pestañas entornando, arco de triunfo a tu mirada tienden, y luego, las pupilas ocultando, tus satinados párpados descienden. ¡Tu rostro hermoso como flor temprana, al soplo del rubor se colorea, porque tienes el alma de Susana en la plástica forma de Frinea! El aire que a ceñirte no se atreve, tu rosada mejilla apenas toca, y arco de grana sobre blanca nieve me parecen las líneas de tu boca. Qué garganta del cisne, ni qué ala de paloma compitan con tu cuello? ni qué áureo manto, noble diosa iguala al manto celestial de tu cabello? ¡Ah! Cuando suelto en ondas agitadas abandona el listón que los sujeta, parece, a mis atónitas miradas la causa fulgurante de un cometa. Te cubre toda: con sus trenzas blondas ocultas de tus gracias el tesoro, y como Venus surge de las ondas apareces también entre olas de oro. Con tu mano de reina, pequeñita, en el cuello graciosa lo detienes, quiere escaparte, y trémulo palpita en el puro alabastro de tus sienes. Otras veces, cayendo por la rosa del hombro escultural, ebúrneo lecho, le dan las gracias y feliz reposa, sintiendo los latidos de tu pecho. Cuando en tu espalda palpitar parece su rubia cabellera, de amor loca, en éxtasis profundo se estremece porque te ciñe y te respira y toca. ¡Ah mi pluma se rompe! En la penumbra del camarín azul, caigo de hinojos... ¡Muy solo estoy! El astro que me alumbra no es; ¡ay! la doble estrella de tus ojos! Soñé que aquí; junto al balcón abierto copiaba tu belleza de Afrodita mi lámpara se apaga... ¡ya despierto! ¡Era Fausto soñando en Margarita!
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