A la Srita. Soledad D. de Bonilla y González
Fatigado peregrino, Que vas caminando así Por extraviado camino, ¿A dónde vas? —Mi destino Me lleva lejos de aquí. —¿De dónde vienes, viajero, Que estás lloroso y sombrío? —¡Ah! Del país hechicero Donde la luz del lucero Brilla en las aguas del río. Del país donde las flores Nunca mueren con el día Y tienen por trovadores A los tiernos ruiseñores De la arboleda sombría. —¿Por qué dejaste el verjel, Si así te mata su ausencia? —Porque en las flores de él Encontré gotas de hiel Que amargaron mi existencia. —¿Quién te acompaña? —El dolor. —¿Qué dejaste? —Una lira. —¿Eres acaso cantor? —Soy un simple trovador Que cantaba y hoy suspira. —¿Tienes esperanzas? —Sí. —¿Puedes decírmelas? —No. —¿Cuáles son tus penas, di? —¡Ah! mis penas... ¡ay de mí! No puedo decirlas yo. ¿Mas, quién eres que el consuelo Siento al oírte, deidad? —Soy mensajera del cielo. ¿Qué quieres? —Calmar tu duelo. —¿Cuál es tu nombre? —Amistad. —¡Bello nombre! —Soy hermosa. —¿Dónde moras? —En el alma. —¿Eres fuerte? —Poderosa. —¿Eres cruel? —Bondadosa. —¿Qué das al mundo? —La calma. —¡Calma ambiciona mi anhelo! —Calma tendrás, trovador. —¿Me vas a dar el consuelo? —Para ti me ha dado el cielo Una perfumada flor. —¿Una flor? —Tan hechicera, Que otra no es más, en verdad, En la alegre primavera Esa flor es... ¡la primera! —¿Y se llama? —Soledad. Es una flor inocente Que te dará el bien perdido: Los arrullos de la fuente, Los perfumes del ambiente, Y del aura el manso ruido. —¿Dónde encontraré esa flor? —La hallarás en tu camino. —Pero temo que el dolor Me mate antes… —Trovador, Dios cambió ya tu destino. Reposa un tanto, te ruego, En ese bosque sombrío, Cuyo apacible sosiego Convida a templar el fuego Del ígneo sol del Estío. Y después, ya descansado Camina siempre al Oriente, Hasta que llegues a un prado Donde el viento es sosegado Y hay un jardín y una fuente. Allí un árbol hallarás, Que desde lejos se mira Dominando a los demás: Llega a él y encontrarás Una rosa y una lira. La rosa es la linda flor Que te doy por talismán; La lira, nuevo favor Que la amistad da al cantor Para que calme su afán. Y cuando el ave armoniosa Mande un adiós en su trino A la tarde silenciosa, Canta tú a la rosa La canción del peregrino. Mientras cantas, no te asombre, Mirar que el árbol anciano Toma la forma de un hombre, Y sin preguntar tu nombre Te dice amigo y hermano. A su ejemplo, la flor pura Se transformará también, Y aliviará tu amargura Recordando la hermosura Del abandonado edén. Virgen de dulce mirada, En sus dos pupilas bellas Tras la pestaña rizada, De la bóveda azulada Retratará las estrellas. Cuando la niña inocente Con su voz de querubín Calme tu pena, la fuente Dará paso en su corriente A otra rosa del jardín. Será una mujer hermosa De ternura sin igual, Que de la primera rosa Sobre la fuente preciosa Dará un beso maternal. Entonces suspende el son De tu canto y de tu lira, Y pregunta al corazón: "¿Es la vida una ilusión? "¿Todo, en el mundo, es mentira La respuesta que te dé Hará tu felicidad—. Dijo la sombra y se fue, Yo tuve esperanza y fe Y esperé con ansiedad. Tan hermosa profecía Realizada vio mi anhelo: El árbol encontré un día Con la fuente amiga mía Y una rosa como un cielo. Que eres tú la flor aquella De quien me habló la amistad No cabe duda; eres bella, Tu mirada es una estrella Y te llamas Soledad. Recibe, pues, linda flor, La ofrenda del peregrino que arrebataste al dolor, Y el canto del trovador. Que te encontró en su camino.
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