Enclaustrado en mi espíritu profundo, sin nada humano, ni amistad ni amores, mis únicos iguales en el mundo duermen en el panteón de mis mayores. Quien dijo soledad dijo grandeza: cual ídolo de aspecto sobrehumano, la púrpura conservo con fiereza y encierra al mundo el hueco de mi mano. Tengo, también, el círculo de espinas: del nimbo sideral los rayos de oro, me ponen, como agudas javelinas, una perla de sangre en cada poro. El heráldico buitre, con encono clavado siempre a mis entrañas veo: en su roca el antiguo Prometeo era un rey nada más sobre su trono. Mi Olimpo, de misterio rodeado nada más repercute adulaciones que a la cumbre en que estoy, sólo ha llegado el constante reír de los histriones. Cuando a veces mi pueblo escarnecido, choca sus hierros y se apiña en masa, dormid, señor, me dicen al oído, vino la tempestad pero ya pasa. Todo lo puedo: nada me convida. ¡Si pudiera sentir algún deseo, el calor amoroso de la vida, el fuego de las dichas que entreveo! Pero el monte más alto es el más frío; el sol camina solo, y no se atreve ni a derretir en el volcán la nieve, ni a matar en los reyes el hastío.
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* El Republicano, 4-3-1880. Firmado: Manuel Gutiérrez Nájera (?). Fuente: Contreras García, Irma, Indagaciones sobre Gutiérrez Nájera, México. 1957, pp. 136-137.
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