Manuel Ponce |
Prólogo
¿Se puede hablar hoy en día de espiritualidad? Los cristianos podemos imaginar aún que existe una enseñanza que la tradición preserva en medio de una historia desgarrada. Al volver la mirada nos encontramos con Jesús o San Francisco y entonces reconocemos que el espíritu está en la tierra. Sí, es el amor de aquellos hombres el que lo revela y, delante de sus enseñanzas, es posible volver a recuperar la certeza de un mundo fraterno. Corría ya Es por ello que concuerdo con Zaid cuando dice que la obra de Ponce desde Ciclo de vírgenes, hasta Elegías y Teofanías (1968) (última obra hasta ahora publicada),** pasando por Cuadragenario y segunda pasión, Misterios para cantar bajo los álamos (1947) y Cristo y María (1962), podían reunirse bajo el título de El jardín increíble, primera obra de Ponce que aparece como libro propiamente dicho. Como San Francisco que declara que este mundo es fraterno y se estrecha igual a un hombre que a una piedra para reconocerlos hermanos, Ponce descubre, en el menor filamento de la materia, la vida y su cuerpo se regocija. Apenas mira este mundo, su cuerpo se estremece en un éxtasis que dice a través de sus poemas: si Dios es un jardín real e increíble como lo es toda realidad que se toca en su más extrema elementalidad; la materia y la vida no son sino la presencia y la permanencia de este jardín. El amor hace florecer esa realidad y la vuelve increíble. El cuerpo del hombre llevado hasta su más elemental y generosa desnudez es ese sitio por el que la realidad revela la presencia del jardín. En el cuerpo tocado por el amor, la realidad, la vida y la muerte se vuelven una, se vuelven Dios, y los opuestos se reconcilian. Dios es la virgen caída, es la mariposa y el capullo, la tierra, "la desaparición final" de un hombre, "la estrella que nos hiende con sus agujas", "la plata fugaz" y "el líquido gorjeo / del agua que musita por la hondura" o "un puñado de gaviotas" que se convierten en "amor" El amor revela al mundo e inmediatamente lo puebla de Espíritu, lo llena de realidad, de una realidad increíble. A través de él todo lo que se ve, todo lo que se experimenta, todo lo breve y pequeño se vuelve profundo y trascendente. El amor alimenta al mundo y este mundo con su materia y su cuerpo alimenta al amor. El jardín es el mundo y el mundo es la presencia inextinguible de un Dios que nos habla y nos acoge. Como en las últimas líneas del poema "retiro espiritual en el Pedregal de San Ángel": "Y vi salir la luz, como Tú sales / y todo sonreír, como Tú sueles / esta mañana tierna de pirules". No hay nada extraordinario en la mirada de Ponce, únicamente una sencillez delgada y profunda que se ha decidido por la grandeza de esta tierra y de esta vida. Esa mirada ha nacido de la propia tierra. El cristianismo ha sido su semilla, pero la tierra su madre. En esta tierra, donde la enseñanza de Ponce es más que poesía, descubro una actitud que me habla de un Dios demasiado simple y corpóreo. En este sitio y bajo este canto la tierra vuelve a su insondable desnudez, donde Dios tiene los ojos de las piedras y de los hombres, y donde la carne reconoce la grandeza de su espíritu y de su resurrección. Si el espíritu vive, si, como mi fe me lo enseña, hay una resurrección, ésta no está en las grandes ideas; surge, en todo caso, de un amor secreto y mudo que ha aprendido a trascender la corruptibilidad de un cuerpo que desdeña esta vida. Sólo el amor (o la verdad, es lo mismo), dice San Juan, os hará libres y esto es hablar de la perennidad que hay en lo cotidiano, simple y pequeño como el paso breve y silencioso de las hormigas que nuestros ojos desdeñan. Javier Sicilia |
* Manuel Ponce murió el 5 de febrero de 1994. (N. del E.) |
Prólogo, a las puertas del paraíso
—La promesa— |
Las vírgenes del sueño Las vírgenes arrastran una sombra, |
Las vírgenes caídas
A su primer suspiro, (De Ciclo de vírgenes) |
En el huerto
Hora en redondo |
Equiflujo
I
(De Quadragenario y segunda pasión) |
La anunciación
¿Qué más puro ruiseñor |
El nacimiento del señor
Ángeles en un pesebre, |
La oración en el huerto
Tal claror y tal amor, |
Camino del calvario
Los mástiles inclinados |
La resurrección
Vuelva la muerte a su fosa |
La venida del espíritu santo
|
La anunciación
Lirios, lauros, espumas, |
La coronación de espinas
Cuando nace una espina |
La resurrección
|
La purificación
¡Qué piscinas de incienso! |
La flagelación
No está lejano el día |
La ascensión
Mirando desde arriba, |
La venida del espíritu santo
Con el vino de amor |
La coronación
Madre mía; también hay en mi frente |
En las siete columnas se detiene
(De Misterios para cantar bajo los álamos) |
Qué taller...
¡Qué taller |
Ojos de Cristo
Ojos de Cristo hablando con los míos, |
Gratia plena
Dios te salve, María |
Misterial de gozo
La soledad es mundo que germina, |
Bendita tú entre las mujeres —Virgen y Madre— Dadle a la Flor por bella cuanto quiso |
Y bendito el fruto de tu vientre —Maternidad divina, Maternidad espiritual— |
11
Terrible, poderosa,
(De Cristo y María) |
¡Ay muerte más florida!
1 |
Y en pos de ti
Inescrutable y puro, |
Carpe Diem
Antes de que la vida se consuma |
Cuna y sepulcro en un botón hallaron
Lleno de soledad y aburrimiento, |
A una bondad relativa
Yo bendigo al Señor porque te hizo |
La siesta de la rosa
¡Pobre de mí, que sé lo que es la rosa, |
Romance a lo divino
Con el libro en la mano |
L'amor che move il sol e l'altre stelle
En tus palabras de suave lira, |
Santa simplicidad
Ese mar del olvido |
Ifigenia fue arrebatada
Verte para quererte |
Aquel blando zumbido
Oír el fragmentario galanteo |
Teoría de lo efímero
Todos ellos, tan puros vegetales, Epílogo Hoy, por eso, ¡qué fecha memorable |
Rosa de lima
Pena de plenilunio, |
Virgo Láctea
Virgen de Nicomedia |
La soñadora de Ávila
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El mar
Oh mar, a tus orillas me presento, (De El jardín increíble) |
Elegía II
Del polvo de la tierra |
Elegía III
Me buscaba en el sol innumerable, |
Elegía XV (La Magnolia del Claustro del Seminario) Surges de la penumbra recoleta |
Elegía XIX
Llegar a ser por fin desnudo esquema, |
Elegía última
Todo es igual, remedo de sí mismo, |
Teofanía III
Ya rompí las cadenas |
Teofanía VII
Quien escucha tu voz, no escucha nada; |
Teofanía XIV (Retiro Espiritual en el Pedregal de San Ángel) Sufrir, amar, pesar la hora, el día, (De Elegías y Teofanías) |