Prólogo
¿Se puede hablar hoy en día de espiritualidad? Los cristianos podemos imaginar aún que existe una enseñanza que la tradición preserva en medio de una historia desgarrada. Al volver la mirada nos encontramos con Jesús o San Francisco y entonces reconocemos que el espíritu está en la tierra. Sí, es el amor de aquellos hombres el que lo revela y, delante de sus enseñanzas, es posible volver a recuperar la certeza de un mundo fraterno. Corría ya Es por ello que concuerdo con Zaid cuando dice que la obra de Ponce desde Ciclo de vírgenes, hasta Elegías y Teofanías (1968) (última obra hasta ahora publicada),** pasando por Cuadragenario y segunda pasión, Misterios para cantar bajo los álamos (1947) y Cristo y María (1962), podían reunirse bajo el título de El jardín increíble, primera obra de Ponce que aparece como libro propiamente dicho. Como San Francisco que declara que este mundo es fraterno y se estrecha igual a un hombre que a una piedra para reconocerlos hermanos, Ponce descubre, en el menor filamento de la materia, la vida y su cuerpo se regocija. Apenas mira este mundo, su cuerpo se estremece en un éxtasis que dice a través de sus poemas: si Dios es un jardín real e increíble como lo es toda realidad que se toca en su más extrema elementalidad; la materia y la vida no son sino la presencia y la permanencia de este jardín. El amor hace florecer esa realidad y la vuelve increíble. El cuerpo del hombre llevado hasta su más elemental y generosa desnudez es ese sitio por el que la realidad revela la presencia del jardín. En el cuerpo tocado por el amor, la realidad, la vida y la muerte se vuelven una, se vuelven Dios, y los opuestos se reconcilian. Dios es la virgen caída, es la mariposa y el capullo, la tierra, "la desaparición final" de un hombre, "la estrella que nos hiende con sus agujas", "la plata fugaz" y "el líquido gorjeo / del agua que musita por la hondura" o "un puñado de gaviotas" que se convierten en "amor" El amor revela al mundo e inmediatamente lo puebla de Espíritu, lo llena de realidad, de una realidad increíble. A través de él todo lo que se ve, todo lo que se experimenta, todo lo breve y pequeño se vuelve profundo y trascendente. El amor alimenta al mundo y este mundo con su materia y su cuerpo alimenta al amor. El jardín es el mundo y el mundo es la presencia inextinguible de un Dios que nos habla y nos acoge. Como en las últimas líneas del poema "retiro espiritual en el Pedregal de San Ángel": "Y vi salir la luz, como Tú sales / y todo sonreír, como Tú sueles / esta mañana tierna de pirules". No hay nada extraordinario en la mirada de Ponce, únicamente una sencillez delgada y profunda que se ha decidido por la grandeza de esta tierra y de esta vida. Esa mirada ha nacido de la propia tierra. El cristianismo ha sido su semilla, pero la tierra su madre. En esta tierra, donde la enseñanza de Ponce es más que poesía, descubro una actitud que me habla de un Dios demasiado simple y corpóreo. En este sitio y bajo este canto la tierra vuelve a su insondable desnudez, donde Dios tiene los ojos de las piedras y de los hombres, y donde la carne reconoce la grandeza de su espíritu y de su resurrección. Si el espíritu vive, si, como mi fe me lo enseña, hay una resurrección, ésta no está en las grandes ideas; surge, en todo caso, de un amor secreto y mudo que ha aprendido a trascender la corruptibilidad de un cuerpo que desdeña esta vida. Sólo el amor (o la verdad, es lo mismo), dice San Juan, os hará libres y esto es hablar de la perennidad que hay en lo cotidiano, simple y pequeño como el paso breve y silencioso de las hormigas que nuestros ojos desdeñan. Javier Sicilia |
* Manuel Ponce murió el 5 de febrero de 1994. (N. del E.) |