A una bondad relativa
Yo bendigo al Señor porque te hizo aproximadamente dulce y bella: en cuanto pudo te acercó a la estrella para que recibieras su bautizo. Yo bendigo al Señor por el hechizo que recatadamente se destella de tu barco mortal, por esa huella de eternidad sobre tu ser huidizo. Y lo bendigo con la certidumbre de que tu gracia es nada más probable, amenazada de inminente herrumbre. Y aunque carezca de razón tu hechizo sólo por un imperativo amable, yo bendigo al Señor porque te hizo.
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