Teoría de lo efímero
Todos ellos, tan puros vegetales, dichosos en su condición de árbol, tocan la perfección de la delicia al quedar cimentados en suspiros. Han erigido la verdad más simple, siempre inclinada por el lado verde, sumergiendo probables contingencias en la profundidad de su ternura. Siendo, creciendo de su fértil nada, por graderías, albas lentitudes, sobre los ojos de hombres ocultos, sobre venas de fuentes desdichadas. Siendo, creciendo, no según los años, sino conforme a savias sostenidas, augurios verticales que se irguieron llenos de fe bajo imanes celestes. Genios del barro, manos respirables del jardín, a vosotros me refiero, y entre la multitud de mis palabras hay esta joya: vedme con vosotros. Os llevo por los cielos más difíciles a la espuma rizada de las cosas, a donde no hay inviernos que os deploren ni manos afiladas que os codicien. Escarbo en las raíces, filamentos empeñados en su oficio de niño, y de ahí extraigo esta verdad insigne: todo pasa, lo efímero es eterno. El accidente verde es lo que vive, el accidente viento lo que halaga, la selva en otro tiempo y, ¡oh Silenos!, vuestras dulces amigas que no mueren. Se descubren sus mitos devengados con fresca risa, dulces devaneos, y en los ríos de hoy está vigente la curva de su pie, que dobla el agua. Deliberadamente se alza el árbol, suelta de lejos su sensible dato y de su erecta asociación de talle queda la sola soledad serena. Miro después el miedo de ser álamo, la importancia de alzarse como pino, la desnudez de no dar sombra alguna, la frescura de hallarse en las colinas. Las hojas por su aroma de aluminio, por esa especie de vaivén que acerca perspectivas de mares lejanísimos, pisan escalas de mayor donaire. Sobrecogidas de temblor sagrado, han captado lo fútil de la hora, la inestable delicia que les traza un sedoso camino hacia la muerte: Una formando terraplén muy lento cayó al polvo, la otra balanceándose, una adoptando la espiral aguda, otra en desliz de madrigal haciéndose. Y se han hecho, por eso, perdurables; porque sin los adioses inminentes vistas fijas, paisajes amorosos, pintores ángeles, no existirían. Y con todo, su tránsito más puro aquí está: se percibe su aleteo como las siegas que entre sueños hacen mies nocturna de imágenes segadas. El rumor se despierta en las entrañas del ciego sílex y la antigua noche, y en la espera inocente de su limbo le fraguan un futuro de armonía. Las raíces con besos sustanciosos le adelgazan en cuerdas de violines, se perfecciona con la edad y sube por largos soles a final de espumas. Ya en los trémulos bordes del suspiro, busca el ápice breve de las hojas, y en la incidencia de aires pasajeros suelta su miel de colmenar pensado. Casi briznas de fuego, casi nieve cayendo fuera de su abismo estable, los rumores fabrican telarañas donde prender al alma que navega. Por el camino de la primavera, capullos del azar infatigable, su radio vegetal se desmadeja en la entrega sedosa del suspiro. Así por muertes cada vez más puras, de lo más sustancial a lo más tenue, de lo más permanente a lo intangible, elaboran su fuga progresiva. Motivos de ficción, os eterniza el ser fingidos; dioses eviternos, su mismo ser fugacidad elude las zafias embestidas de la muerte. Árboles, sí, de sostener su nombre, hojas y ramas de tejer paisajes, y, lo mejor de todo, son suspiros y suspiros de puro accidentarse. El mar aquél ¡qué conclave de espumas! y es lo que menos puede atribuírsele; aquel monte ¡qué azul de lejanías! y le define casi sin ser suyo. Lo menos firme del rosal, ¡oh rosa!, pero intachable signo de belleza, es, a pesar del riguroso hado, tu dulce contingencia de ser rosa. Así guardo el rumor en mis oídos; insustancial efluvio de lo eterno, vence la gravidez de la materia. Todos: armoniosas esculturas.
Epílogo
Hoy, por eso, ¡qué fecha memorable este recogimiento colectivo para desentenderse de las horas que parten de su lado como barcas! Y mi primer recuerdo era una brisa verde por donde llegan las palomas, un fluir de corrientes submarinas y tan remotas que me causan pena. Y mi esperanza en vísperas de viaje con holgura de lentas despedidas, una muerte a la vuelta de un suspiro, y lo demás como el amor lo quiera. ¡Oh magisterio vegetal! Crisálida sin más propósito que deshacerse; milicias para un orden de batalla que no vendrá. ¡Magnánimo reposo!
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