Las vírgenes caídas
A su primer suspiro, nadie tendió la mano; sólo el abismo. Después mil brazos corrieron al auxilio, pero ya entonces ella no quiso. Corría ya. Se deslizaba por el ventisco glaciar abajo, lanzada, pero guardando el equilibrio. Siempre reflujo abajo, más aprisa, siempre en vuelo, casi en vilo. Tú acelerabas, vértigo; acelerabas tú, racha de siglos. ¡Dios mío! ¿Acelerabas tú mismo? Quillas contra el viento sus mellizos, cabellera de relámpago asido. ¡Miradla! La miraban. Un sólo guiño de los oscuros lobos le despojó el vestido. Allá quedó, jirones, el armiño. Lo demás, siguió, se fue en un grito. No el suyo. Más no digo.
(De Ciclo de vírgenes)
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