Teofanía III
Ya rompí las cadenas de tanta servidumbre; pero de tan sedosas telarañas, que a su prisión odiosa yo le otorgaba nombres lisonjeros. Ya la voz acallé que al oído epicúreo en cestillos de céfiros venía, de las organilleras avecillas y de los bosquecillos de baladas. Porque Tú eres mi páramo, mi cactus tenebroso y el viento que me arrasa.
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